por Keith Roberts Durante una visita reciente de una delegación a Honduras, nos encontramos con una joven activista de 27 años. Es una feminista y socióloga. Cada mañana, después de vestirse, toma un selfie con su celular y lo envía a su padre, para que él sepa lo que ella viste. Por qué hacer eso? Porque ella teme por su vida, y supone que al acabarse el día, es probable que no esté viva y quizás su cuerpo sea mutilado y por lo tanto irreconocible. Por ello, su papá tiene que saber lo que llevaba puesto ese día, tanto su ropa como su joyería. En su trabajo, a menudo se encuentra denunciando a la policía por esconder información sobre crímenes y actos de violencia cometidos por militares hondureños y estadounidenses contra las mujeres. La violencia en Honduras afecta a todos, pero son las mujeres especialmente las que sufren y son mas vulnerables a la violencia sexual y a la violencia doméstica.
La militarización ha propiciado que los hombres anden con armas pequeñas, y las utilicen con frecuencia para cometer violencia contra la mujer, incluyendo violaciones. Las mujeres que denuncian violaciones por militares no obtienen justicia; hay una tasa de impunidad del 97%. Sólo el tres por ciento de estos delitos cometidos contra las mujeres llega a un proceso. Si uno reporta un crimen, con frecuencia termina con un homicidio – o a la mujer que lo reportó, o algún miembro de la familia.
La militarización de Honduras – financiada en gran parte por EE.UU. – contribuye a la violencia contra las mujeres. Cuando se militariza un país, la joven socióloga nos dijo, la tasa de violaciones aumenta dramáticamente. ¿Realmente queremos que nuestros impuestos apoyen este fenómeno, para que las corporaciones estadounidenses obtengan mas ganancias?
aprendiendo sobre la actualidad hondureña durante la delegación
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