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Cuánto cuesta la resistencia: ¿la existencia?

Jessica García


Hace 10 días murió Olga Castillo, un año después que le diagnosticaran un cáncer de mamas y que éste hiciera metástasis en los pulmones y en otras partes de su cuerpo. Quisiera decir que murió en paz y habiendo obtenido la justicia por la que tanto luchó y murió, pero no fue así. Olga no debió morir.


Olga Castillo frente a la Cancillería colombiana en Bogotá

Luchando hasta el final: la denegación del derecho a la salud

Olga, mujer y madre de una niña que sufrió violencia sexual por militares estadounidenses, murió hace diez días. Hace más o menos un año la conocí, justo cuando estaba frente a la Embajada de Estados Unidos en Bogotá protestando, recién le había diagnosticado el cáncer de mamas. Cuando se enteró del diagnóstico decidió empezar esa nueva protesta, esta vez frente a la embajada. Una vez que la escucharan y le reconocieran el daño causado, la persecución sufrida durante esos años, empezaría el tratamiento para el cáncer. Acampó frente a la Embajada durante 3 meses, la única respuesta fue el silencio y la burla de los guardias de seguridad. De allí se mudó a la Cancillería colombiana, ninguna diferencia en la respuesta, más silencio durante otros cinco meses. Lo que si cambió fue su salud, el cáncer hizo metástasis en los pulmones. Dormir en el piso, en una carpa, en el clima de Bogotá tiene efectos directos sobre cualquier cuerpo, especialmente, el de una mujer que llevaba casi quince años de desplazamiento forzoso en desplazamiento forzoso por el mero hecho de exigir justicia para ella y su hija. 

Nadie lo dice, pero todxs lo sabemos, la persecución enferma, el señalamiento enferma, la incertidumbre enferma, la soledad y el silencio cómplice de una gran parte de la sociedad a la que importa muy poco que estés luchando por sus derechos, enferma

Recién cuando el cuerpo dijo basta, cuando ya casi no pudo respirar, recién retiró su carpa de la Cancillería, pero eso no significó que dejara de luchar. De idas y vueltas a la clínica, con toda la documentación que había recolectado estos años de persecución, continuó luchando. Así con todo el dolor atravesando su cuerpo, consiguió y llegó a la primera mesa de diálogo con instituciones estatales. Allí estuvo Olga, tan fuerte y tan digna rodeada de su colectiva, pero también de un montón de funcionarixs estatales que fingían no saber qué había pasado y que pretendieron desligarse de sus responsabilidades todo el tiempo. Sin embargo, ni con todo el discurso técnico y burocrático pudieron impedir que Olga les dijera en la cara lo que había sufrido, en gran parte, por la complicidad de las instituciones que estxs funcionarixs representan y que por acción u omisión ante la falta de justicia, persecución e intentos de silenciamiento del caso son responsables. 


La memoria: la muerte como principio y no como final

Con toda la rabia y el dolor ante la muerte de una mujer que murió luchando hasta el último minuto, porque tuvo que luchar hasta por el reconocimiento de su derecho a la salud y a una atención digna, de repente la recuerdo. Recuerdo su voz, recuerdo nuestra última conversación antes de su muerte, recuerdo sus infinitas ganas de vivir y seguir luchando. Entonces, en ese momento, me digo a mi misma que no está muerta, pues no está muerta en mi memoria ni en la memoria de todas las que la conocimos y llegamos a quererla y admirarla. Recuerdo sus palabras y en honor a ella y a su lucha, recuerdo que su lucha no ha terminado, que su muerte no es el fin, que su muerte no es la muerte de su lucha, que ella sigue viva en cada de una de las personas que escuchamos su historia y aprendimos de ella. Su lucha por justicia y por el fin de la impunidad para militares y contratistas estadounidenses que violentan a niñas y mujeres en Colombia continúa. La búsqueda de justicia continuará, su resistencia no será en vano, su memoria está viva y seguiremos luchando por ella.

Esa es la imagen que recordaré de Olga cada vez que pierda la esperanza, una mujer luchando contra un monstruo (como decía ella sobre los militares estadounidenses) sola, con su palabra y su cuerpo. Una mujer que estuvo casi 16 años luchando en soledad, poniendo el cuerpo y exigiendo justicia, pero que al final se encontró con una colectiva de mujeres que la rodeó, la acompañó y que seguirán manteniendo viva su memoria, la memoria de una mujer que se convirtió en una referente, en una defensora de los derechos de mujeres y niñas víctimas de violencia sexual por parte de fuerzas militares estadounidenses en Colombia. Y para quienes creen que han ganado con su muerte, les recordamos que el cuerpo de Olga estará muerto, pero su palabra y su lucha seguirán viva, porque mientras haya memoria habrá resistencia. 


Olga Castillo frente a la Embajada de Estados Unidos en Bogotá

Posdata: la resistencia no debería costar la existencia 

Siempre que escribo, intento escribir desde la resistencia, desde ese lugar en el que se resiste para existir, desde ese lugar de esperanza en esa resistencia con otrxs. Sin embargo, hoy se me hace difícil escribir desde ese lugar. La muerte no me lo permite, la ausencia es real y el silencio se escucha, tanto que ensordece. La sensación de impotencia y de saberme vencida ante la muerte que se manifiesta ante mí es insoportable. Quiero creer que la muerte no es el fin, que la muerte no silencia, que la muerte es “siembra”, como dicen lxs nasas, que “lxs que mueren por la vida no pueden llamarse muertos”, como dice esa canción tan militante, pero siento el silencio de la muerte, y en el medio de ese silencio siento la risa de quienes han estado buscando eso, silenciar a través de la muerte, siento su risa placentera al saberse vencedores, y de repente, la rabia recorre todo mi cuerpo y solo puedo llorar, ni siquiera puedo gritar. Quiero gritar que no han ganado, quiero gritar que no nos han vencido, quiero gritar que Olga sigue viva y que su lucha sigue viva, pero el silencio de un Estado cómplice y una sociedad indiferente ante la lucha de esta mujer por 15 largos años me estampa la cara contra esa dura realidad. 

En estos años en Colombia he conocido líderes y lideresas sociales terriblemente enfermxs por tanta resistencia. En las mujeres hay algo particular, si no es el útero, son las mamas. Si no es un cáncer de cuello uterino, es un cáncer de mamas. El dolor es insoportable, la resistencia es insuperable. Las escucho, las miro y me sigo preguntando cómo hacen, de dónde sacan tanta fuerza para resistir. No es una mera idealización de estas mujeres, sino simplemente un hecho, ¿cómo hacen para tener ganas de seguir luchando cuando hay tanto dolor físico y tanta indiferencia? Porque ¡qué casualidad! Ninguna de estas mujeres tiene plata para pagar por la asistencia médica que necesitan. El sistema de salud no está colapsado, simplemente funciona así, fue diseñado para que funcionara así, para unxs pocxs, para lxs que pueden pagar por el servicio de salud, porque es un servicio no un derecho. 

Olga tenía derecho a vivir una vida en dignidad y en paz. Ni Olga debió morir, ni otras lideresas y líderes que no he conocido ni conoceré deberían morir por resistir. Nadie debería morir por defender los derechos de sus comunidades. La resistencia es admirable, pero no debería ser necesario dejarse la vida en ella. 




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