Por Lukasz Firla
Traducción: Jessica García
"Aunque lo hubieran cortado en mil pedazos, no habrían podido destruir su alma", dice doña Fany Coy con profundo amor y tristeza, tristeza que atraviesa no solo a doña Fany, sino a muchos corazones en este momento.
Hace una pausa y mira a los treinta y tantos invitados que están sentados en sillas rojas de plástico, en el patio de una casa de madera rodeada de fértiles tierras de cultivo, plátanos maduros y miles de árboles de cientos de tonos verde que cubren empinadas colinas que no se alcanzan a terminar de divisar con nuestra vista. Mañana, 3 de septiembre de 2023, se cumplirán 40 años desde que el marido de doña Fany, Tulio Enrique Chimonja, fue secuestrado por un grupo de hombres armados de esta granja y nunca regresó.
Aunque doña Fany le había suplicado a dichos hombres que le devolvieran su cuerpo para enterrarlo, a cambio ella guardaría silencio, hasta hoy no sabe cómo asesinaron a Tulio Enrique, ni por qué. En estos cuarenta años no ha parado ni por un minuto de preguntarse qué pasó con su marido y dónde está su cuerpo. "A pesar de mi dolor", continúa, “ni siquiera pude pararme a llorar, tenía una familia de la que ocuparme sola”.
Además de atender las muchas necesidades de su familia y su granja, doña Fany ha dedicado su vida a amplificar las voces y preservar la memoria de las familias cuyos seres queridxs fueron asesinadxs y desaparecidxs forzosamente. Ha comprometido su vida a la búsqueda de justicia. A medida que crecieron, también lo hicieron sus hijxs y lxs hijxs de éstos. Hoy casi todxs están presentes también aquí.
Año tras año, en los días que marcan el Día Internacional de las Víctimas de Desapariciones Forzadas, el 30 de agosto, y el aniversario de la desaparición forzada de don Tulio Enrique Chimonja, el 3 de septiembre, doña Fany y su familia invitan a huéspedes de cerca y de lejos para conmemorar la vida de su marido y de otros desaparecidos forzosos y asesinados en Palestina, su hogar en las montañas del sur del Huila.
Una forma de violencia especialmente atroz
En Palestina, un municipio rural en el que viven unas 10.000 personas, más de 32 han sido desaparecidas forzosamente y más de un centenar asesinadas. Los 32 son los que hemos podido identificar", dice Omar, uno de los hijos de doña Fany, "pero sin duda el número es mayor". Como consecuencia de la violencia, muchas familias han abandonado la región, y la memoria se ha ido con ellas".
A escala del país, tanto los grupos paramilitares y guerrilleros como el ejército nacional han utilizado ampliamente la desaparición forzada como herramienta de guerra especialmente atroz. El informe Hasta Encontrarlos afirma:
“La desaparición forzada es quizá una de las prácticas represivas más atroces utilizadas por regímenes y organizaciones para imponer su control y poder. Es una forma de violencia capaz de producir terror, causar sufrimiento prolongado, alterar la vida de las familias durante generaciones y paralizar comunidades y sociedades enteras”.
Los datos sobre la cantidad de víctimas directas documentadas de desaparición forzada en el contexto del conflicto armado colombiano varían según la institución entre 80.703 (Observatorio de Memoria y Conflicto) y 121.768 (Comisión de la Verdad) . Lo que es indiscutible es que Colombia tiene el mayor número de personas desaparecidas forzadamente en América Latina y la asombrosa mayoría (más del 85%) de las familias de lxs desaparecidxs siguen buscando la verdad sobre sus seres queridos.
El ejercicio de memoria y reconciliación
Este año, nuestro equipo del Colectivo Solidario de Acción Permanente por la Paz también fue invitado a acompañar la cuadragésima conmemoración de la desaparición forzada de don Tulio. A través de sus muchos años de compromiso con el trabajo por la paz y la justicia, principalmente a través de Comunidades Construyendo Paz en Colombia (CONPAZCOL) y de FOR Peace Presence, la familia está bien conectada con muchos procesos de paz de base en todo el país.
Entre lxs invitadxs de este evento se encuentran familias que perdieron a sus seres queridos, funcionarios del Estado e instituciones dedicadas al trabajo por la memoria y la reparación, miembrxs de organizaciones de derechos humanos que trabajan por la paz y líderes y lideresas sociales de toda Colombia. Algunos de los presentes necesitaron dos días para llegar a la granja, trayectos que incluyeron un día a lomos de una mula, el cruce de ríos sin puentes y viajes de 20 horas en autobús. Otrxs llegarxn a la granja en bicicleta para celebrar la vida y conectar más estrechamente con la belleza de la tierra.
Entre los que han venido este año se encuentran también ocho firmantes de la paz, es decir, excombatientes de la guerrilla de las FARC-EP que dejaron las armas en 2016 y se sumaron al proceso de reconciliación con las víctimas y supervivientes de la guerra. Además de las fuerzas militares colombianas, las FARC-EP tienen en esta región la mayor parte de la responsabilidad por crímenes de guerra, como desapariciones forzadas, masacres y reclutamiento de niños. Como parte del proceso, los antiguos miembros de las FARC-EP han pedido oficialmente perdón a la comunidad donde vive doña Fany por los crímenes que cometieron sus filas. Las familias se lo han concedido. Hoy, varios de los ex altos mandos en esa región se encuentran entre los invitadxs que conmemoran la vida de civiles perdidas.
Las fotos y los nombres de lxs desaparecidxs cuelgan de los árboles y las paredes. Se construye un altar con flores para celebrar la vida de los que ya no están. Durante estos dos días, la granja se convierte en un santuario de memoria, resistencia y paz.
El segundo día, la conmemoración tiene lugar en las montañas cercanas que forman el territorio de la Cueva de los Guácharos, el primer territorio de Colombia reconocido como Parque Nacional. La familia Chimonja Coy posee una parcela de tierra en esta zona, la cual está dedicada a la preservación de la biodiversidad local y la reconciliación. El nombre de la finca, La Esperanza, se manifiesta cuando más de 60 miembrxs de la comunidad local e invitadxs rezan, bailan, cantan, cocinan y comparten comidas juntxs.
Como parte de este acto conmemorativo, la familia inaugura un monumento en homenaje a las víctimas en forma de guácharo de madera, un pájaro que da vida esparciendo semillas. Luego, cada unx de lxs presentes planta un árbol en memoria de lxs miembrxs de la comunidad desaparecidxs. A continuación, lxs firmantes de la paz anuncian públicamente que construirán rutas de senderismo de larga distancia en la zona con la idea de atraer a personas de fuera para que experimenten la belleza de la naturaleza local y conozcan no solo el sufrimiento, sino también la resistencia de las familias locales.
Entre las demandas de las familias presentes está no sólo conocer la verdad sobre lo que les ocurrió a sus seres queridos, sino también que se mantenga viva su memoria y que haya una reparación justa. Su petición es que ninguna otra familia vuelva a sufrir semejantes crímenes. En las vidas y acciones de muchxs, las almas de Tulio Enrique Chimonja y de todxs lxs desaparecidxs siguen vivas.
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